Siempre he querido tener cabras. No sabría explicar por qué. Son ágiles, espabiladas, sociables, pícaras. A la vez, es un animal fuerte, capaz de soportar los contrastes de temperatura de estas tierras turolenses del Jiloca. Mis inseparables perros, China, Gusi, Peluche y Sol, os podrían susurrar más de una anécdota con los choticos.
Me apasionan los olores al pastorear. Cuando la cebada espiga, cuando las cabras van rozando los tomillos con sus patas o cuando recorren los pinares y se restriegan en los troncos. Entonces sientes el frescor y el perfume a madera.
A base de dedicación, de mucho esfuerzo, Óscar y yo estamos conformando una pequeña cabaña de unas quinientas cabras. Aquí el paisaje es suyo. Estepa, llanura salpicada de chaparras, campos de cereal, pinos y hierbas aromáticas. Una crianza natural, respetuosa, ecológica, para lograr una carne con un sabor único.